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Foto del escritorHildelisa Beltrán

10 Años Después por María de La Mora



María de la Mora @delamoralasa


En el último jalón de intento de rescatar mi matrimonio, regresamos a vivir a México y me puse a buscar trabajo para estar en mi casa el menor tiempo posible. Me presentaron a Mar Abascal, tuvimos química inmediata, y esa tarde me ofreció el puesto de Editora de Belleza en Glamour.

Yo tenía el pelo corto como de niño, usaba la misma crema hidratante que le ponía en el cuerpo a Andrés mi hijo que en ese momento tenía año y medio, no ubicaba bien la diferencia entre un gloss y un lipstick y Bobbi Brown me sonaba a nombre de quarterback.


Digna, le dije que no gracias.


Pero las dos insistimos y entré a trabajar a Glamour. Me acuerdo cómo me imponía. Sentía que todas ahí, 10 o 15 años más chicas, eran Emilys y yo era un perro verde. Hasta que un día a Mar se le ocurrió: “¿Y si escribes la columna y hablas de ti?” Me pareció la idea menos taquillera y a la vez más divertida del mundo. Y me pagaban. Pues, venga. Me acuerdo de que la primera que escribí, conté que lloraba mientras le cambiaba los pañales a Andrés, maldiciendo al amor, a los hombres y a la desgracia de haber nacido mujer.


En ese entonces trabajaba en Grupo Axo. Jamás olvidaré el día que ese número de la revista se publicó y recibí una llamada del papá de mis hijos, tan alterado como desconcertado: “¡¿En qué cabeza cabía contar esas cosas así?!”. Ahí fue cuando me dije: esto es lo mío.

Y mientras aprendía a hacer corridas de inventarios de SKUs, les contaba a las demás compradoras de qué iba a escribir en el siguiente número de la revista. Y rapidito me encarrilé y dejé de llorar.


Después de entregar 14 columnas, dejé Grupo Axo y entré a Glamour como editora de una sección que se llamaba “Tu mundo” y el resto es historia. Cuando conocí a Hildelisa entendí todo: eso era una editora de belleza. De nuevo, química total. Yo era un poco la tía loca de las glamourettes y al tiempo, escribiendo, ahorré bastante en terapia. Y ahí, en esa oficina de Montes Urales, todas empezamos a entender que la belleza por fuera no es más que un reflejo de lo que traes, todos los días, adentro.


Han pasado casi 15 años. Y por supuesto, muchas cosas.


Esa etapa de vida convulsa, incierta, a mil por hora aprendí tantísimas cosas que la recuerdo con un cariño muy especial. Aprendí, por ejemplo, que el día que perdamos la capacidad de reírnos de nosotras mismas, estamos muertas. Aprendí que el clóset ideal (ideal para mí) implica tener 20 piezas que cambias cada dos años y 7 que viven contigo para siempre. El resto es ruido mental (la gratificación instantánea de comprarlo es una delicia, cómo no, pero es ruido mental).


Aprendí que ir de frente, ser exactamente como eres y decir sí o no con gracia, total honestidad y seguridad es una cosa tan atractiva como escasa. Aprendí que hay mucha gente muy rota y muy irresponsable respecto a sus propias carencias.

Aprendí que los amigos, se van restando con los años, pero las amistades llegan a un nivel de intimidad y relevancia que no hay ninguna relación humana que se pueda comparar. Que crecer, de verdad, es entender la amistad al cien por ciento.


Supe, en estos casi 15 años, que, si haces daño, es que estás muy jodida y hay que echarle más ganas. Me di cuenta de que pedir perdón es un arte y tiene una recompensa muy profunda y que si, de verdad, la intención es buena, la vida te da una palmadita en el hombro. Aunque tome tiempo. También entendí que es importante respetar el tiempo y su propio ritmo como un acto de humildad.


Hoy sé que hay madrazos inevitables y que está bien. Porque si no seríamos moluscos y no personas. Y que ser mamá implica equivocarnos miles de veces porque no existe acto más humano. Más real.


Me di y me doy cuenta de la gran ironía que hay en los atajos que la vida nos pone para ahorrarnos el vernos de frente. Cuando  en realidad decir que nos queremos, pero no somos capaces de vernos, es puro show. Muchas veces nos escondemos detrás de lo que hacemos, de tener una carrera bien armada, un gran puesto y un sueldo de seis dígitos. O de haber alineado todas nuestras elecciones de vida en pro del amor y de una vida en pareja larga y para siempre.

Nos convertimos en “la mamá de” y presumimos sus goles o sus promedios en la escuela como nuestros. Pero, ¿y si las cuentas del costo beneficio no salen?, ¿si queremos dar volantazo?, ¿si dejamos de vernos a nosotras por escudarnos detrás de algo?

Hay un menú súper atractivo para ver a todos lados menos para dentro. Quizá por eso vamos derecho sin parar, todo el día, todos los días.


De ahí a tenerlas todas contigo, pues, la verdad… Cada vez más preguntas y menos respuestas. Pero quizá empezando a darle menos importancia a las respuestas (al menos las binarias) y quizá asumiendo mejor las dudas, los miedos y, cómo no, las culpas, que, cada vez estoy más segura, desaparecerán solo cuando estemos muertas.


Hoy mi pelo ya encontró su forma de ser (a veces), siempre tengo dos o tres glosses en mi bolsa y jamás uso lipstick. Asumo que mido 1.53 y que los tacones se usan poco, pero cuando se usan bien altos. Joyas, poquísimas pero buenas, igual que los argumentos en público.


Andrés ya va a la universidad y a veces discutimos porque dice, debo empezar a lidiar con el nido vacío mientras Santiago de 15 desaprueba enervado mientras pone un jazz sofisticadísimo que, por supuesto, no conozco.


Uso botox y me pinto las canas religiosamente. Y ya sé, que si no como bien, hago ejercicio y me hidrato, todo sale mal. Todo.


El trabajo, o sea eso que hay que hacer para poder subsistir, es ya algo que hago, primero que nada, por pasarla bien, muy bien.


Y para lograr eso, uno debe sentir congruencia total con lo que hace y hacerlo al cien, con total compromiso. Y, así, solito, el dinero llega. Digo, no que sea millonaria, pero hago bastante lo que me da la gana.

Y es que el trabajo y el dinero (seguro Hildelisa diría que la belleza), así como la paz mental, tienen que ver -antes que nada- con comprometernos con nosotras mismas. Tú contigo sin negociar. Incondicional. 24/7: contigo. Al menos yo, solo entonces puedo intentar sumar a los demás alguito cuando hace falta. Pero ocuparnos de nosotras mismas es, creo, una obligación. Tan fácil que se dice, y cómo cuesta.


Así se ven los 50 desde la frontera. Y se ven muy de frente y, la verdad no se ven mal.


María de la Mora


 

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